Ya tenía ganas de poder echarle mano a la segunda parte de El hobbit, además en 3D, y aprovechando estos días festivos en Madrid, me puse y la estuve viendo. Y si la primera parte me gustó, esta lo hizo mucho más.
Y eso que, habiendo leído el libro, y conociendo por tanto el final de la historia, pareciera que debiera ser menos entusiasta, pero es que la forma en que está trasladada a imágenes es totalmente alucinante. En esta segunda parte aparecen nuevos escenarios, como por ejemplo el Bosque Oscuro, Dol Guldur, y por supuesto, Erebor, la ciudad de los enanos, por dentro.
Y en cuanto a los personajes, la banda de enanos de la primera parte, Gandalf, Radagast, montones de Orcos y la primera aparición de Sauron como nunca se había visto ni en la trilogía del Señor de los Anillos ni en la primera parte. Visualmente, una pasada. Además, un Légolas cabreado con el mundo y Tauriel (Evangeline Lilly) con una pinta más que estupenda con las orejas puntiagudas y otros personajes secundarios aunque fundamentales para la historia como el humano Bardo.
Pero aun con todo, para mí el principal descubrimiento de la película es Smaug, el dragón, magistralmente caracterizado y doblado en la versión original por Bennedict Cumberbatch (el Sherlock Holmes de la serie, el malo de la última de Star Trek), y no menos buena en su versión española por Iván Muelas.
Creo que el tratamiento que le han dado a Smaug bebe mucho de Dragonheart (1986 - Rob Cohen) con un dragón parlanchín y gesticulante y doblado en aquella ocasión por Paco Rabal, que a su vez se inspiraba en el propio Smaug del libro de Tolkien, con lo que el círculo queda cerrado.
Lo peor, no por menos sabido que iba a pasar, es el final abierto y que hace que tengamos que esperar hasta navidad para ver el desenlace de la cinta que, desde aquí recomiendo totalmente. No digo más, que con 2 horas y 40 minutos, apenas me moví del sillón, todo un logro...
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